viernes, 27 de febrero de 2015

Carta al chico risueño.

No se suponía que esto tenía que salir así, y no se suponía que este blog albergaría más entradas, sin embargo, me calma la idea de que, aunque probablemente no vayas a leerlo, es una forma de hablar contigo. 

Contigo, con quien quise compartir el resto de mis mañanas, aunque sólo tuve ciento seis. Ciento seis mañanas en las que me desperté con la dicha de tenerte en mi vida. Ciento seis, radiantes y fugaces como las mismas estrellas a las que rogamos nuestros deseos que en mi caso sólo pueden llevar tu nombre. 

Pero hoy, hoy escribo al chico naranja y risueño que me besaba sin parar en la cocina. Al que preparaba lubinas pero se comía primero el postre. Ese que sí consiguió enamorarme en treinta días aunque después desapareciera.

A mi chico naranja y risueño, donde sea que esté; me quedo con tu risa, con el tacto de tu piel, con tus manos en mi espalda. Y voy a llevarte siempre conmigo. Aunque no existas, aunque fuera una ilusión.

Voy a echarte de menos.